PAU, ANTONIO
Rilke escribió una vez: «Mi destino es no tener destino». Pero hay un momento decisivo en su vida cuando, en 1919, acabada la guerra y desecho el Imperio austrohúngaro, el poeta, apátrida de corazón, se convierte también en apátrida para la sociedad. La cosmopolita ciudad de Zúrich le salvará entonces, devolviéndole su voz poética. Con su exuberancia será el polo opuesto de su vivencia de la severa Toledo (narrada por el autor en Rilke en Toledo). Al final de sus días, se instalará en el torreón de Muzot, que le devolverá el recuerdo del paisaje castellano.