AA.VV
En las arenas movedizas de nuestro equÃvoco presente, el hombre de fe, rehusando la nostalgia de la obsoleta cosa en sà a la que una mayorÃa asustada todavÃa se aferra, se precipita temerariamente hacia delante, en busca de algo todavÃa menos franco que el baile de imágenes del universo: una verdad viva, Ãntima y a la vez lateral, que se presiente contigua a cada creatura, animada o inanimada, como su ángel de la guar¬da particular. Su hermosura, multiplicada, le conmueve en lo más hondo de su corazón, pues ese visionario ya no es capaz de distinguir de sà mismo el descubrimiento entrañable que ha hecho en la generosa humildad de cada ser. Y asÃ, el Cristo fantasmático simulado por la literatura cristiana promete confiar al devoto su más precioso secreto, el plus por excelencia, lo que guÃa teleológicamente la experiencia gnoseológica ?devenida, a partir de cierto instante indeterminable, gnóstica? del cristiano: el Cristo espÃritu.» Daniel Sedcontra ¿Y si, al contrario de lo que sucedió en los albores de la filosofÃa, el cristianismo, lejos de inclinarse hacia un desvelamiento del ser de las cos